Hola a todos!
Para los que tengan ganas de hojear, les paso el vinculo de la nota del Diario Perfil publicada el sabado 16 de agosto de 2008.
http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0286/articulo.php?art=9119&ed=0286
Velas al viento
No corta el mar sino vuela
Aunque en medio del río no existen las renuncias, leer el cielo y desafiar los vientos es un lenguaje que recluta cada día más navegantes. Duelo a cielo abierto en donde el deportista que llega primero no siempre es el ganador.
Por Jorge Vaccaro
En un ritual que se remonta al principio de los tiempos, el barco es uno de los medios que más pasiones despierta a la hora de medir las fuerzas del hombre con las de la naturaleza. Hoy como ayer, hombres más o menos adiestrados en domar vientos despliegan velas para alejarse de la vida frenética de la ciudad y acompañar los latidos del oleaje, casi fuera del tiempo. ¿Pero cuándo y cómo se empieza a amar la navegación? Puede ser hereditario. A veces, los padres navegantes animan a sus hijos para continuar ese estilo de vida. “La categoría Optimist recibe chicos desde los 8 años hasta los 15, aunque a los 13 muchos ya deciden pasar a un barco más grande”, cuenta Fernando Fabersane, instructor del Club Náutico Las Barrancas de San Isidro.
Otros casos evolucionan a partir del simple pero significativo contacto con el agua. “Yo empecé hace veinte años –cuenta Sergio Armesto, abogado–; en ese momento hacía windsurf y no tenía la menor idea de la navegación a vela, ni antecedentes en la familia. Lo que más me atraía era la idea de tomar sol en la cubierta. Me acuerdo que llamé muy entusiasmado a un amigo de mi madre que tenía velero y le dije que quería comprar uno. Me dijo que antes que nada, lo mejor era hacer un curso de timonel. ¡Mirá con lo que me sale este tipo!, dije yo. Y tenía razón: fue el mejor consejo. Ahí empecé a amar la navegación.” Lo mismo opina Raúl Schberdzman, que llegó al velerismo a través del remo, cuando tenía 16 años. Hoy, a los 64, no cambia la navegación a vela por nada y junto con su mujer, que también es timonel, han contagiado ese amor a sus hijos. “No se puede comparar con una lancha o un yate. En el velero hay silencio, tranquilidad y arte. Es maravilloso aprender a leer el clima, los vientos, y poder obrar en consecuencia. Saber que para ir hacia Brasil, por ejemplo, se puede aprovechar la cola de un Pampero –una de las tormentas más comunes en el Río de la Plata, con nubes negras en forma de cigarro– o aprender a capear temporales a palo seco (sin vela) o con un pequeño velamen, un tormentín, de tela muy resistente. No importa si se tardan 36 o 48 horas en llegar a Punta del Este, lo que importa es el placer del recorrido. Y el desafío también, porque además de los cambios de viento nuestro río es muy particular. Cómo será que los que estamos en San Isidro y San Fernando muchas veces tenemos que esperar a que crezca para poder entrar con el velero al club”, ejemplifica Schberdzman. Sobre la mesa de su escritorio, Sergio exhibe una carta de navegación donde queda clara la complejidad del río que refiere Raúl. “¿Ves todos esos puntitos marcados con números 2, 3 y 4? Bueno, esos son los metros de profundidad. Recién a partir de Punta del Este aumentan los valores. El Río de la Plata es muy abierto, poco profundo y con muchos frentes. Y todos los días está distinto. Por eso el cruce a Colonia no es una línea recta, y ahí está lo divertido también.”
El costo de un velero va desde los 4 mil dólares en adelante y varía de acuerdo a la dimensión, la utilización o las comodidades. A eso hay que sumarle el costo del amarre (en marina o en tierra), que oscila entre los $ 200 y $ 400 por mes, con cuota del club incluida. “Hoy por hoy los barcos antiguos valen menos”, afirma Sergio, que desde que se dedicó fuerte a la competencia con su velero de 27 pies –un barco de 8 metros bautizado Chino, como su seudónimo– sabe que su otro velero de 42 pies, por más comodidades que ostente, se ha devaluado en el mercado. “El chico es un barco de 32 mil dólares, una fortuna en comparación con el grande”, dice.
Sin embargo no todos los que se acercan al mundo de la navegación a vela se compran un barco. “El 10% de los que toman los cursos terminan comprándose un velero, el resto lo hace por placer, como una alternativa más al tiempo libre”, cuenta Guillermo Talmon, profesor del Club Náutico Olivos y fanático de la vela. “Somos como una secta de mujeres y hombres que disfrutamos de navegar con el viento aunque llueva, haga frío o se vuelen las vacas como en Twister”, afirma. Según sus datos, “el 80% del parque náutico (en Argentina y el mundo) posee propulsión a motor y sólo el 20% restante a vela. Te preguntarás entonces el porqué de los cursos a vela. La respuesta es simple: la única forma de aprender y tomar verdadera conciencia de la navegación es a través de la vela. Es básico: si podés entender por qué un velero flota y se propulsa con el viento, podés navegar y hacer lo que sea con cualquier barco, sea a vela o a motor”. Los cursos de timonel duran entre 4 y 5 meses, tienen un costo promedio de $ 250 por mes y generalmente se componen de dos clases por semana: una teórica (de lunes a viernes) y una práctica (sábados o domingos en diferentes horarios).
No todos los que adquieren un velero para recreación ascienden al nivel competitivo de las regatas, pero los que las prueban adoran esa adrenalina. “En enero ganamos la regata del Circuito Atlántico Sur, en Punta del Este”, cuenta Sergio, contento de que cada vez más seguido las competencias sean entre barcos iguales. “Porque el problema en Argentina es que todos quieren mostrar quién lo tiene más grande. Y cuando los barcos que compiten no son todos iguales hay una fórmula internacional para equipararlos, entonces el más grande y más rápido tiene que ‘pagar’ tanto tiempo al barco más chico. Entre barcos de diferente tamaño a veces sucede que terminás habiéndole sacado 15 minutos al que te sigue, pero tenés que esperar a que llegue y se hagan los números para ver si realmente ganaste, o por el tiempo que debés pagar ganó el segundo. En fin, hasta en eso es singular esto, ya que no siempre el primero es el que efectivamente gana.”
“Es cierto que somos más ‘enfermos’ los que corremos regatas, obsesionados con el trimado de velas (la posición frente al viento), el rendimiento, el equilibrio, el exceso de peso. En crucero ponés las velas y te relajás. Si vas a competir con un barco grande, el tema además es conseguir tripulación, porque siempre falta gente para correr. Si bien en los clubes existe lo que se llama ‘bolsa de tripulantes’, para aquellos que, con conocimientos, quieren ser parte de la experiencia, no es fácil lograr una buena tripulación. No es lo mismo que juntar amigos para un picado. En el barco necesitás cubrir puestos clave. El de la proa, que va a izar las velas; el que se ocupa de cazar la mayor; el que lleva las velas de genoa; el táctico, que mira por dónde entra el viento. Para mí es una forma de vida. Como la gente que juega al golf y que cuando se encuentra se vincula a través de sus códigos. La navegación es un arte, porque el viento lo tenemos todos, el tema es cómo aprovecharlo, ir contra él, en ceñida, agarrar un borde o planear, que es como barrenar la ola para desarrollar una velocidad superior.”
¿Y cuando hay mal tiempo? “Aunque no crean en Dios, todos se ponen a rezar –asegura Sergio–, porque hay momentos límite sobre un barco. Este no es un deporte en el que puedas decir ‘no juego más’, te vas a la ducha y listo. Si te cansás en medio del río tenés seis horas para volver al puerto. Y el motor, cuando hay tormenta, no te sirve para nada. Sólo tu destreza, tu habilidad y tu conocimiento. Llegar a puerto puede ser un sacrificio enorme, pero es tan grande el placer que querés volver a navegar.”
Según Sergio, hay más barcos que navegantes. “Muchos se compran un barco grande, pero también genera gastos grandes. Cambiar una vela puede salir una fortuna. Usando el barco para crucero las velas te duran entre 5 y 7 años, y en regata un máximo de 2, porque se deforman, pierden aerodinamia.” Pero la navegación no es necesariamente algo exclusivo. “Con un barco de 5 mil dólares navegás igual; se pueden pasar vacaciones muy baratas en el barco y además es una terapia fantástica. Es como hacer camping pero en barco. Cuando invito amigos a navegar siempre les digo que recién cuando apago el motor –que se usa para salir del puerto– empieza realmente la navegación. Desplazarse sin ruido, sentir cómo se toma velocidad con el viento es una sensación muy especial. Eso es lo mejor de ir de crucero: pasear, ir al Delta, pasar la noche en el barco, ir a Colonia y siempre desear alejarse un poco más.”
Una vez hechos al río, los límites son imprecisos.
¿Hasta dónde se puede llegar con un velero? Según Talmon, más allá de Mar del Plata es difícil: “Después del paralelo 40 se pone heavy. Ir a Río de Janeiro es seductor, aunque se tarde más de un mes entre ida y vuelta”.
“Yo tengo amigos que en un barco de 30 pies se han ido hasta Nueva York –dice Sergio–, pero esa no es la cuestión. Y tampoco se trata de que apenas te compres un velero te vayas a Punta del Este, o Brasil, pero te da la libertad de soñar que podés dar la vuelta al mundo.”
Aguas argentinas
Obviamente el Río de la Plata es la estrella para la navegación a vela. A pesar de sus dificultades, su amplitud lo convierte en el preferido para el paseo o el deporte. Pero las buenas condiciones para la vela no se limitan a esta inmensidad color té. La Mesopotamia propone un par de alternativas para los que buscan nuevos paisajes. “Se puede navegar a vela en el río Uruguay (hasta Concepción del Uruguay) y en el río Paraná en casi toda su extensión, hasta Posadas –cuenta Guillermo Talmon–. Sólo hay que tener en cuenta las limitaciones del caso, o sea: tráfico mercante, bancos de arena, piedras y por sobre todo, la altura del agua. Esto tiene que ver con la cantidad de lluvia aportada a los ríos que hacen variar el nivel. Ahora el Paraná y el Uruguay están muy bajos, y hace tiempo que la situación se mantiene así. Por eso es conveniente consultar siempre antes la página del Servicio de Hidrografia Naval para ver cómo están”. El Delta también tiene lo suyo: “El tema es el calado, el tráfico y también la abundante vegetación que frena el viento, por eso las secciones primera, segunda y tercera no son aptas para veleros, salvo raras excepciones, como el Paraná de las Palmas o el Paraná Guazú. El Delta es ante todo un lugar para la navegación a motor”.
Cosas de mujeres
Uno no se la imagina con su voz inconfundible gritando “¡a babor!, ¡a estribor!”; sin embargo, la locutora Betty Elizalde hace cuarenta años que navega. “Primero empezamos acompañando a unos grandes amigos que tenían un velero, el Red Rok. Gracias a ellos, que eran muy buenos navegantes, nos animamos a tener el velero propio. Cuando compramos nuestro primer barquito, hace 23 años, Jorge (mi marido) contrató un instructor. Era todo bien artesanal y sobre la marcha. No había GPS, así que aprendí a calcular la ubicación usando cartas de navegación. Hago las maniobras de proa, pongo la genoa y la spinnaker, que siempre me resultó bastante jodida; sé cazar o filar las escotas, que son las sogas que sostienen las velas; ¡y como si todo esto fuera poco, también cocino! Y muchas veces lo hice atada para soportar el bamboleo. Me descubrí bastante hábil y forzuda. Además, cuando al resto de la familia se le dio por las regatas, por más que saliéramos de paseo siempre estaba a prueba. ¡Si me habré comido pamperos y sudestadas! Hace diez años, íbamos para Colonia y nos agarró una sudestada impresionante, tan fuerte que a diez minutos de llegar nos tuvimos que volver. Estuvimos diez horas soportando olas que te pasaban por encima. Después de ésa me ‘desembarqué’ por un tiempo, pero volví. Eso sí, ya no le peleo más al río. El velero en regata es embromado. A mis hijos, Carla y Patricio, les encanta, pero hay que bancárselo. Eso de ir colgada para el contrapeso ya no es para mí. En el Katy 2, nuestro velero, veraneamos todos los años, lo disfruto relajadamente, dejando que el viento haga lo suyo.”
Por cuatro océanos
“Lo primero que pensé cuando me hablaron de la carrera Volvo Ocean fue: ‘Estos tipos tienen que estar locos para hacer una cosa así’. Pero después empecé a intrigarme y pronto estuve embarcado en el proyecto”, confiesa Ken Read, capitán de la embarcación con la que Puma competirá en la próxima Volvo Ocean Race, que arranca en octubre. Su primera reacción no es para menos: la competencia, que se extiende durante nueve meses, recorrerá los cinco continentes y atravesará cuatro océanos en las más cambiantes condiciones climáticas y sometiéndose a riesgos que pondrán en peligro sus vidas.
Red, sin embargo, intentará esquivar el azar. Exigirá a toda la tripulación el uso constante de arnés y salvavidas en todo momento, pero por sobre todas las cosas, “que logren mantener la calma. Es mucho más importante la preparación emocional que la física, controlar los nervios en un momento de riesgo, o incluso en las condiciones más adversas”, aconseja.
Si bien él dio sus primeros pasos en los ríos de los Estados Unidos, su país natal, está convencido de que “la perseverancia es la clave de la navegación en cualquier latitud del mundo”.
Red, quien ya participó de casi todas las carreras de navegación disponibles, define a la Ocean Race como el equivalente de la Copa del Mundo para los jugadores de fútbol, y eso es motivo suficiente para no perdérsela. “Serán nueve meses de estar lejos de mi familia, lo cual es muy duro, pero es una experiencia única, que sé que nunca olvidaré”, justifica.
La expectativa era la de lograr un barco robusto, “que fuera capaz de sobrellevar duras condiciones y a la vez, que sea liviano, para aprovechar los vientos francos”. La brújula ya marca el norte.